Entonces, ¿cómo lo digo?


Leí en algún muro de Facebook de algún líder cristiano en algún país:

"Es más importante cómo lo digo, que lo que digo".

Y pensé en mi mascota: es feliz cuando le hablo en tono de juego o de aprobación, aunque le diga que es horrible y que no tiene ni una pizca de inteligencia.

Si te hablan en tono de "palmada de aprobación", aunque te hablen medias verdades o enseñanzas no alineadas con la Palabra de Dios, entonces todo está bien, ¿cierto?

¡Falso!

Es tan importante lo que digo, como la forma en que lo digo.

Tenemos que hablar con amor, con gracia, palabras sazonadas con sal (Col 4:6), pero hacerlo así, no significa necesariamente que debamos cambiar nuestro discurso, ni anula el tono que es congruente con lo que se dice; basta leer a Pablo, por ejemplo.

Dar mayor importancia a la forma, nos puede hacer descuidados con el fondo hasta el punto de hablar para agradar a los hombres y no al Señor (cf. 1 Tes 2:3-6): Jehová Dios nos advierte de esto en su Palabra cuando habla de la boca y los labios lisonjeros (Prov 26:23,28; 28:23, 29:5) y de aquellos que usan de la lisonja (adulación, alabanza, halago, elogio) para engañar a los hombres (Jer 23:32, Rom 16:18).

Digamos lo que conviene como conviene y seamos prudentes con la forma en que hablamos, pero también muy prudentes con lo que decimos: si buscamos honrar y agradar a Dios, entonces hablemos la verdad, hablemos con amor, hablemos con firmeza, hablemos para edificación.

"Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes" (Efesios 4:29).

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Imagen original de fondo: Museum Wales